Ahí estaba yo, 31
de enero, 5:45 p.m., tarde de verano espectacular, éramos el viento, el sol,
los celajes al oeste, los malinches floreados a lo largo de la calle y mis
agüisotes: ¿si corrí el primer día del
año, cómo no voy a correr el último día del mes, aunque el programa de entrenamiento
dice claro descanso total? además tengo que practicar para que ya no me
regañen más en los entrenamientos, porque tengo la mirada en el suelo y no en
el horizonte; y que mejor manera que practicar viendo al horizonte e imaginando
el atardecer espectacular en el pacífico central y, en un mismo instante se entremezclan, esa imagen, risas
cercanas, tierra en la boca y la sensación de piedras en las muñecas y las
rodillas, en una micra de segundo entiendo lo que pasa y solo atino a
impulsarme fuerte pese a las doloridas muñecas y las empedradas palmas y
pisando fuerte sigo al mismo pasito tum tum que venía, la risas seguían pero
acompañadas de aplausos, de verdad que solo yo: me caigo domingo en la tarde a
pocos metros de una parada de bus repleta y me aplauden ¿por valiente? ó ¿quizás
por original? parecía que había hecho una lagartija como parte de la rutina. El
punto es que me sacudí las piedras de las manos, el zacate y el polvo de la
ropa y le dí la orden a mis rodillas de no enviarme ningún mensaje hasta que
llegáramos a casa, pues la parada del bus queda en línea recta a la entrada del
residencial y aunque yo corría de espaldas a mis espectadores, estoy segura que
uno que otro se quedo observando cuándo yo paraba. Ja ja que bueno es para la
voluntad caer cuando uno está haciendo su máximo esfuerzo por mejorar. Así que
no se detengan, fortalecer el cuerpo y la voluntad no es fácil y es una tarea
diaria, sin excusas.
VAMOS, VAMOS A
DES-EMPOLVARNOS CON UNA META: MEJORAR